Puigdemon tiene razón
El muy diablillo, el presidén número 999.999 por lo
menos, reconocido showman del gamberrismo cívico, ha sido quien mejor ha
entendido el espectáculo montado por el jefe de pista y domador de fieras del
Gran Circo de España, Pedro de la Moncloa.
Efectivamente, tras observar todo el público asistente cómo
el valiente domador salvaba la vida varias veces seguidas al arrojar trozos de
carnaza fresca a los tigres y leones más peligrosos (los de la jaula de
barrotes rojos), esa misma carne que había conseguido previamente requisando las
hamburguesas de los niños asistentes al evento, pobrecitos, que se quedaron sin
merienda. No importa, mejor, la gente aplaudía temblorosa ante la exhibición de
tan bajas pasiones. ¡Circo romano! ¡España eterna! ¡Vivan los jetas!
Cuando ya parecía que alguna fiera había hecho presa en las piernas
del domador, éste, incomprensiblemente o mediante mando a distancia, logró
abrir la jaula y los bichos le dejaron en paz, desparramándose por todo el recinto
ferial y dedicándose a amedrentar con su aliento el cogote de todo aquel que
osara jurar en basto castellano, cabendós, en vez de en sacro catalán, filldeputa-mal
parit.
Y así estaba la cosa en un aburrido ten con ten hasta que
salió quién mejor supo interpretar el espectáculo nonstop de Pedro de la
Moncloa, sí, el presidén innumerapla, el ex, el tal Pus del
Mundo, quien volvió a fascinar a la audiencia mediante varios actos de aparición/desaparición
de factura tan ridícula como impecablemente divertida. La gente, sin
hamburguesa y con la expresión limitada, aplaudía con pasión, ojalá pasaran
cosas así todos los días, pensaban, ajenos a la terrorífica posibilidad de que se
cumplieran sus deseos.
Y de momento así seguimos, con los domadores y los payasos a los mandos del destino nacional. Con tanta alegría nada puede salir mal.
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