Don Hostión

 

Don Hostión

 

 

Don Hostión era un cura de pueblo que tenía muchas manías. No le gustaba confesar en el confesionario, por ejemplo: prefería los bancos de piedra del cementerio. Allí, sin más testigos que las golondrinas o las nubes de evolución, se encontraba más suelto, más a gusto. Cuando un confesante le confesaba un pecado que le parecía muy malo, o muy asqueroso o…, peor todavía, muy estúpido, antes incluso de ponerle la penitencia, le soltaba un hostión en toda la cara con la mano derecha bien abierta. El hostión era monumental porque don Hostión había sido campeón de pelota mano. La gente que paseaba por el otro lado de la valla de piedra, que era bajita, se decía, ala, vaya pecao que ha debido de hacer ese, ten cuidao, Vicente, ¿no es el novio de tu hija? A ver si va a resultar que la ha dejado embarazada. Y estando en esas elucubraciones se oía otro hostión y otra vez el confesante caído en el suelo, ay ay ay.  ¿A quién ha dejado embarazada esta vez, a tu mujer?, decía ahora Vicente. Y ya estaba el follón montado; peligro, que tienen toda la pinta de querer matarse. Lo más probable es que acaben los dos arrepintiéndose de sus pecados de violencia en el mismo cementerio, pero eso ya se verá otro día a la hora de confesar.


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