lAS 5 BRAGAS DE ERMITAS dURÁN
maleta. Pensó que, si en cinco días no había encontrado
trabajo, algo se le
ocurriría. Así pertrechada se subió a un tren que no tardó
mucho en llegar a
destino.
El primer día la primera braga se llenó de pedos. El segundo
día echó más
pedos todavía, pero ya con la segunda braga. El tercer día
se puso una tercera
braga que también aventó de manera muy decidida. El cuarto y
el quinto días
no pudo aguantar el envite y algo manchó de caca. Mejor
decirlo enseguida:
era la mujer más sana de España. Aunque se metiera entre
pecho y espalda
una puchera de alubias con su chorizo, costillaje y
tocinada, completaba la
digestión en apenas diez minutos… eso sí, con mucha
alharaca. Su cara feliz y
relajada le ayudó a encontrar piso. ¿A nombre de…? Ponga
señorita Durán.
Prot. ¡Uy, perdón!
Jacinto se enamoró de ella nada más verla —era muy
atractiva— y escucharla
—prorrumpía con frecuencia en sonoridades alegres—. Le
pareció genial, y en
cuanto cogió confianza, quiso tener con ella un detalle, y
le limpió las cinco
bragas con agua y jabón. Ella sonrió cuando las vio colgadas
en la azotea. Él
se disculpó torpemente, es que no sé manejar la secadora, me
han dicho que
me parezco a un personaje de Friends. Qué gracioso, dijo
ella, y también se
enamoró. Pero no perdamos de vista las bragas colgadas en la
azotea porque
han llamado la atención de un grupo de chicos franceses,
turistas de aluvión,
que pasan y repasan por debajo de la ropilla colgada,
olfateando, husmeando y
esnifando a ver qué pillan del sexo opuesto, eso tan
misterioso… ¡y además
español!
Jacinto se percató y volvió a lavar las bragas, pero ahora,
a la hora de
secarlas se decidió por el cuarto de baño: una en la
alcachofa de la ducha,
otra en el mando del agua, otra en el lavabo, otra colgada
de la mampara y así
hasta cinco. Bragas por todas partes. Se le había olvidado
quizás que hoy
llegaba la madre de la señorita Durán, a dar por saco.
- Oye Jacinto, por favor, delante de mi madre no me llames
señorita
Durán, llámame Ermitas.
- ¿Es muy religiosa tu madre?
- No, es que yo me llamo así.
- ¿Ermitas? Jo, chavala, cada vez me gustas más.
debido momento fue al baño… y salió escopetada. Hija, qué te
he enseñado
yo, una señorita nunca debe enseñar las bragas, qué poco has
aprendido de tu
madre. Ermitas, sin embargo, no se acordaba ese dicho de su
madre sino del
hecho de que cuando había visitas en casa lo enseñaba todo y
más en el puf
despatarrada con la minifalda de moda.
- Hija, le dijo la madre, así nunca te vas a casar. En
cuanto se fue la madre,
satisfecha en general, Jacinto propuso matrimonio a la hija,
muy satisfecha.
Y es que eran muy felices. Lo descubrieron el primer día:
con el culo de Ermitas
todavía frío por culpa de las bragas medio mojadas. Jacinto
dedicó sus manos
callosas a darle calor repasando con cuidado toda la zona
donde las bragas
hacían contacto, y esto una y otra vez hasta que eyaculó sin
necesidad de más
aparato que la mano y el culo adyacente. Gozó tanto con
aquella emisión, se
sintió tan agradecido con la persona que le había
proporcionado un placer tan
divino que se propuso nunca jamás separarse de ella…. y le
propuso
matrimonio en cuanto se quedaron solos, muy lógicamente.
Ella aceptó porque los contactos callosos también la hacían
volar… y se descosió
a pedos de la emoción. Jacinto se apresuró a quitarle las
bragas con la esperanza
de que hubiera que lavarlas para proseguir así con las
expansiones orgiásticas.
Y se casaron y decidieron de común acuerdo no tener hijos
porque no les
sobraba el tiempo. Coincidían en muchas cosas. Por ejemplo,
en que no les
gustaban las tangas (poca superficie de contacto para
repasar con la mano…
poca y demasiado escabrosa). También coincidían en el gusto
por la cultura,
pues Ermita era muy aficionada a los best sellers
históricos, aunque fueran
muy gordos, y Jacinto era especialista universitario en
Historia Antigua de las
Coimas Reales.
Les faltaba imaginación, sin embargo, y cuando Ermitas se
quedó embarazada
un día en que se hizo un lío con las bragas, se preocuparon
mucho por el
nombre que poner al nuevo ser. No atinaban. Dudaban mientras
se
acariciaban. ¿Amor? ¿Cariño? ¿Carina? ¿Ambel? ¿Aimée?
¿Cheri? ¿Julieta?
¿Mailof? ¿Jabibi? ¿Ananda? ¿Felicity? ¿Venus? ¿Dionisio?
¿Félix? ¿Joy?
¿Vida? ¿Céfiro?
Como colofón de esta narración quisiera ayudarles a ellos, y
a todo el mundo
en parecida situación, proponiendo urbi et orbi un nombre
sensacional para
poner a los hijos (chico chica): Pradales, y afines y
derivados: Prado, Pradera,
Césped, Pelouse…. No lo lamentarán.
?eLaRAÑA¡
El jefe ha mosqueado cuando le he comentado que a la gente
adulta y educada no le gustan las historias de pedos y bragas.
Me ha espetado,
chillando: PUES QUE ME LEAN ANALFABETOS, MALEDUCADOS Y
NIÑOS.
Ahora escribiré, me ha seguido informando, una historia de
eructos y
calzoncillos, a ver si así… ¡IGNAROS!
Ja, ja, ja, muy en tu línea, Alberto! Aunque este relato me haya dejado un cierto tufillo en el ambiente...
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