Incidente en el parque del colibrí


 

¿Hay un colibrí en mi barrio? Sí, hay un colibrí gigante pintado en una de las

paredes de la estación meteorológica del parque. En el pradal

adyacente picotean las urracas naturales. ¿Y el elemento humano?

 

Una joven proletaria muy bien diseñada pasea por el parque con un bebé en

brazos y una expresión tan babosamente maternal que da grima. Está

hablando. Habla como una adulta insolente: a viva voz, pero sin mirar a nadie,

como arrogándose todos los derechos y algunos más.

 

- No te preocupes, he hablado con Elisa, y Elisa con el médico.

 

¿Habla con el bebé? Eso parece deducirse de sus palabras… porque de su

expresión no se deduce nada sino simpleza vasalla. Más simpleza de la

tolerable en una sociedad democrática, pues el bebé es falso, el típico bebé

fake, de esos que se compran en las jugueterías para regalar a las niñas

traviesas y provocarles pesadillas de castigo. Esta costumbre, dicho sea de

paso, atenta contra la salud de la sociedad futura; desde esta tribuna lo digo,

dejen de regalar muñecos Chukys a la inocente infancia femínea, si quieren

que de mayores contribuyan al desarrollo cuantitativo de nuestra especie, que

falta nos hace antes de que nos coman los caníbales racistas, que esos sí que

se reproducen... ¡Vaya digresión! ¡Qué larga! No importa (a mí no me importa),

pueden seguir leyendo; lo habíamos dejado con la madre fake hablando sola en

el parque del colibrí gigante.

 

- Dice que ha dicho el médico que se te pasará si mueves la tripita.

 

Vamos a ver, estate quieto…

La espléndida trabajadora agarra al Chuky con las dos manos de tal manera

que sus pulgares contactan con la tripa de material blando. Así, mientras habla,

camina, y mueve al Chuky arriba, abajo y a los lados con los brazos estirados

cual animadora de baloncesto dibujando letras en el espacio, la chica introduce

sus pulgares en el cuerpecito fake que agita sobre su cabeza, apretando

mucho, con decisión facultativa y afanes de locuela. Un bonito espectáculo

para las abuelas en sillas de ruedas.

Con las abuelas y alguien más siguiendo con la vista el baile del espeluznante

muñeco, este dispara un chorro de líquido oscuro que aterriza en la cara de la

chica proletaria. ¿Estará ya curado de su dolencia fake?

 

Un señor burgués, que contemplaba la escena muy interesado, se

acerca, caballeroso.

 

- Tranquila, guapa, no te preocupes. Si quieres juguete, ya te doy yo de lo

mío, no seas tonta. Acércate, mira que te limpie bien primero con mi

pañuelo, hazme caso, guapa…

 

¡Qué rápido pasa todo! La chica hurga en su bolsa, bolso y bolsillos y acaba

sacando un objeto peligroso. El objeto se llama taser o arma paralisante, y

sirve para soltar descargas eléctricas a voluntad. La original fémina lo observa

con cuidado (mínimo, normal, máximo), lo pone al máximo, acciona el

dispositivo de activación verde fosforito y —ágil cual pantera— coloca la punta

del cañón justo en la entrepiena del señor mediante el típico gesto de policía

novata practicando la guadaña deportiva. Muy bonito el movimiento, muy

torpemente inmediato el desplome del agresor.

 

- Estaré loca, pero no soy tonta, ¡machista perraco, violador, manada!

 

El señor tiene alguna insuficiencia vital pues da la impresión de morir muy

seriamente. Antes de irse del todo, sin embargo, le da tiempo a decir,

boqueando desde el suelo:

 

Esto no es justo, yo no odio a todas las mujeres; a todas, no; no odio al género

femenino; lo mío no es de género, lo mío no es de género. Lo mío, como

mucho, es de psicólogo sexual, háganme caso y llamen a una ambulancia,

¡todavía soy humano!

 

El señor a lo mejor tiene razón en su razonamiento, pero acaba muriendo igual, y

su muerte queda notada en la abultosa casilla de violencia de género, porque

él había empezado. Y eso es verdad, de lo poco cierto que hay en este relato.

Aunque falta un detalle, y es que el señor burgués, antes de ofrecer sus

servicios a la proletaria espigada, le había quitado a la fuerza el muñeco cagón

y lo había descuartizado, arrojando los miembros al césped verde brillante;

plásticos made in China contaminando pradales.

Ahora que ha quedado todo muy bien narrado, redondo, se puede pasar a

limpio para leer por la radio sin añadir ni quitar comas teatrales. A la gente le

gustará porque los de la radio repiten mucho que la radio es de la gente y que

ellos, los profesionales, son profesionales en grado muy sumo, muy buenos

profesionales. Nota: si dejo el dedo en la última ese, por desidia.la última

palabra quedaría así: profesionalesssssssssssssssssssssssssss.

Voy a mojar mi opinión: Yo estoy a favor de la chica y a la vez en contra de las

muertes. Las cosas no son solamente blancas o negras. Existe mucha Tamara

de grises.


Comentarios

Entradas populares