Una confesión importante
Examen
de conciencia,
dolor
de los pecados,
propósito
de la enmienda,
decir
los pecados al confesor
y
cumplir la penitencia
Pachito
repasaba la mentalmente la doctrina del catecismo, mientras esperaba a que
acabara la pesada de la vieja que estaba arrodillada en el confesionario. No
parecía haber nadie más esperando, aunque nunca se sabe, mejor estar atento
para que no se cuele nadie
Examen
de conciencia,
dolor
de los pecados,
propósito
de la enmienda,
decir
los pecados al confesor
y
cumplir la penitencia
Vale,
se acordaba bien. Ahora convendría recordar los pecados que iba a referir: he
desobedecido a mis padres… he dicho palabras feas. ¡Uy, ya se larga la vieja!
Pachito se abalanzó hacia el confesionario, nadie se le adelantó, se arrodilló
y, con su frente casi tocando la rejilla de madera, empezó la rutina en voz
baja:
Ave
María purísima…
Sin
pecado concebida, hijo. A ver… ¿cuándo te confesaste por última vez?
Ah,
sí: hace dos semanas que no me he confesado.
¿Dos
semanas? Mucho me parece, hijo. Piensa en la Virgen María allá en el cielo,
viendo a… ¿cómo te llamas, hijo?
Pachito
¿Crees
que estará contenta la Virgen viendo a Pachito sucio de pecados?
No,
padre.
Claro
que no. hay que confesarse con más frecuencia, hijo. Pero bueno, ya que estás
aquí, vamos a empezar cuanto antes. , ¿Qué pecaditos traes, hijo mío? Y no te
dejes ninguno, recuerda que en la confesión es como si estuvieras hablando ante
Dios… pero eso ya lo sabes, ¿verdad, Pachito?
Sí,
padre, ya nos lo han dicho en clase de religión.
Estupendo,
seguro que eres un chico estudioso, eso está bien, pero venga, empieza, que
tienes a toda la corte celestial esperando, ja, ja, ja. Ánimo.
Sí,
Voy… He desobedecido a mis padres…
Vaya,
o sea que eres un poco pillín. A los padres hay que obedecer. ¿Qué crees que
estará pensando la Vírgen María, que madre nuestra es? Se pone muy triste
cuando se desobedece a las madres, ¿lo sabías?
¿Pero…
Jesús la desobedece?
¡Qué
tonterías dices, hijo! Jesús es Dios. ¿Ya sabes eso, hijo?
Sí
padre
Pues
no digas tonterías… Y además te está oyendo, o sea que sigue recitando tus
pecados…
He
desobedecido a mis padres…
Eso
ya lo has dicho hijo, ¿no tienes más pecados?
Sí,
eeeh… he dicho palabras feas.
Vaya.
¿Muy feas? Espero que no sean blasfemias. La Vírgen María se pondría muy triste…
Hay que controlar esa lengua, hijo. Pero sigue, sigue…
Sí…
eeeh… He pegado a mi hermana
Vaya,
o sea que la mano también la tienes larga. La próxima vez, antes de pegar a tu
hermana, piensa en esto: ¿te gustaría que te pegaran a ti?
No,
padre.
Pues
piensas en eso antes de levantar la mano. ¿Qué te parecería que yo te diera un
tortazo con toda mi fuerza, te parecería bien?
Uy,
no, padre.
Don
José María Basterrechea era un cura joven, alto y fuerte, con fama de buen
pelotari. Pachito apartó instintivamente la cara de la rejilla de madera. Don
José María sonrió y le invitó continuar confesando sus pecados.
Sigue,
hijo, sigue, no tengas miedo, que aquí no se pega a nadie. Estate tranquilo y
sigue con tus pecados… ¿o ya has acabado? Ya sabes que si no los dices todos
estás cometiendo un pecado grave… ¿Lo sabías?
Sí…
No… eeh…, sí, bueno, también he tenido pensamientos impuros.
¿¡Impuros!
Sí, ¿eh? ¿Muchos? ¿De qué tipo?
Eeeh…
Bueno,
mientras solo sean pensamientos, no hay que darles demasiada importancia, ¿lo
entiendes hijo? Tampoco es cuestión de hace perder el tiempo a los curas
confesando tonterías, ¿lo entiendes?
Sí
padre, respondió Pachito, sorprendido por el comentario del cura, que atribuyó
a su reconocida modernidad. ¿Poco importantes los pensamientos impuros? ¡Si es
lo que más vergüenza le daba!
¿No
has estado con ninguna chica?
¿Cómo
dice, padre?
Que
si has estado con alguna chica, en plan tocamientos…
Uy,
no… ¡ya me gustaría, padre!
¡Qué
dices, perillán! Por pensar eso, en penitencia, mañana te vas a duchar con agua
fría
Pero
padre…
Ni
pero ni pera, así aprenderás a no decir barbaridades delante de Dios…
Pero
usted ha dicho que los pensamientos no tienen importancia…
¿¿Sí
eh? ¡Mira el listillo! ¿Ahora vas a discutir conmigo? ¿Tú ya sabes quién era el
que discutía con Dios? ¿Lo sabes?
Pues
no sé, no me acuerdo…
El
demonio, Pachito, Belcebú, el diablo… ¡el mismo que manda en el infierno!
¿Quieres parecerte a él? Porque llevas buen camino, directo a las calderas de
Pedro Botero, a hacerle compañía.
Uuh…
¿Qué
crees que estará pensando de ti ahora la Vírgen María? ¡Un diablillo entre
nosotros, nada menos, no estará contenta, no! Seguro que tienes un carro de
pecados… a ver, ¿no te falta nada por decir? Piénsalo bien
No,
padre, qué va… desobedecer a mis padres… palabras feas… pegar a mi hermana…
pensamientos impuros… y ya.
Bastante
es. Como penitencia, aparte del agua fría, que no creas que se me ha olvidado,
vas a rezar diez avemarías y dos padrenuestros…
Pero
padre…
Ni
pero ni pera te digo, no discutas conmigo, que se te pone cara de demonio.
Es
que está mi madre esperando fuera y si tardo tanto… se va a pensar que tengo
pecados mortales…
Haberlo
pensado tú mejor antes de decir barbaridades. Y piensa más en obedecer a tu
madre y menos en cosas impuras, y así la próxima vez tardarás menos en rezar la
penitencia. ¿Qué te parece la solución?
Sí,
bien, padre, pero…
¡Ni
pero ni pera! Y mañana no olvides la ducha con agua fría
Pero
padre…
¡Sigues
queriendo discutir conmigo! ¿¿Qué te he dicho de eso, discípulo de Satanás?
Hala, vete y procura portarte mejor, Pachito, que te veo hecho todo un
diablillo… y no tardes tanto en volver a confesarte.
Sí,
padre, no padre.
Hala,
venga, vete ya no olvides las avemarías y el agua fría…
No,
padre, sí padre.
No
lo digas por decir, ya sabes que a Dios no se le puede engañar.
Sí,
padre, no padre.
Y
no seas tan respondón… que seguro que también les respondes a tus padres
Pues.
. algunas veces
¡Y
no lo has confesado! ¿No te han dicho en clase de Religión que no confesar los
pecados es un pecado muy grave?
No,
padre, sí padre.
¡Ay,
ay, ay qué perillán estás hecho! Si no te lo pregunto… Hala, anda con Dios,
hijo, que tienes tarea…
Sí,
padre, adiós, padre, adiós, gracias.
No
hace falta que me des las gracias, hijo, no seas parvo. Hale, y ahora a cumplir
la penitencia.
Pachito
se levantó y se sentó en un banco cercano con la intención de rezar lo más
rápido posible para no preocupar a su madre… pero casi antes de empezar se le
ocurrió la original idea de que también podría rezar en su casa, a escondidas,
más tarde, cuando no le viera nadie. Era una idea novedosa, revolucionaria
incluso, que nunca se le habría ocurrido si ciertas palabras de don José María
no le hubieran fortalecido tanto el ánimo. Porque Pachito estaba radiante,
esplendoroso, capaz de comerse el mundo… aún sin haber digerido conscientemente
lo que le había sucedido.
El
hecho es que, como consecuencia de haberse visto comparado con el Príncipe de
las Tinieblas, su autoestima creció hasta niveles más propios de un premio
Nobel que de un joven pecador venial. Y su vida de adolescente excitable y
excitado se acopló a las nuevas circunstancias, enterrando vergüenzas y madurando
en un aspecto muy concreto.
Porque
fue precisamente esa insólita seguridad en sí mismo adquirida en el
confesionario. la principal responsable de sus posteriores desempeños vitales
como pajero compulsivo, putero redomado y follador contumaz, casi profesional,
actividades todas ellas que le proporcionaron gozos inefables, y por las que no
se confesó jamás, esperando confusamente que Dios no existiera o que le diera
una última oportunidad antes de morir. Como resumen de vida, por tanto, podría
decirse que fue feliz, y todo gracias a una confesión rutinaria que acabó
revistiendo singular importancia.
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