El Funcionario Número 4
EL SUCEDIDO
Un mal día compré por Internet un
programa de edición de vídeos, y digo que
fue un día malo porque, después de
pagarlo, bajarlo, instalarlo y hacerlo
funcionar, resultó que no funcionaba.
Tras mil indagaciones, mil preguntas, mil
pruebas y mil reinicios, el programa
seguía sin funcionar. El típico mal rollo que
la distancia y lo intangible del asunto
no hacían sino magnificar.
Encontré trabajosamente una manera para
comunicarme con la compañía,
LWKS Software LTD, y les comuniqué lo
que me pasaba, añadiendo que, o
arreglaban el asunto, o me devolvían el
dinero. Muy poco sorprendentemente,
no hicieron ninguna de las dos cosas. La
primera porque no pusieron mucho
empeño (me mandaban a su página de las
ominosas FAQ —preguntas
frecuentes—, un truco que usan las
compañías con poco personal para hacer
que te están atendiendo sin hacerte el
menor caso. Y de devolverme el dinero
dijeron que nanay porque no devolvían
dinero si el producto había sido
activado… y digo yo… si no lo activo,
cómo me entero siquiera de si funciona?
Kafkiano es poco. Les respondí muy
educadamente que menos milongas
porque yo había pagado por algo que no
funcionaba y que hicieran el favor de
devolverme el dinero asap (lo antes
posible).
EL EMPLEADO
Siendo cuestión de dinero, lo primero
que se me ocurrió es ir al banco a
preguntar. Allí me atendió un gestor muy
amable, como todos los del banco,
porque, a fin de cuentas —nunca mejor
dicho— viven de nuestro dinero. Me dijo
que había una posibilidad de conseguir
que se me devolviera el dinero, y
pasaba por el seguro de la tarjeta con
la que se había pagado la transacción.
¡Bien! Pero necesitaban que yo pusiera
una denuncia en la Policía. ¡Mierda! No
se me ocurre nada menos apetecible que
ir a la Policía a poner una denuncia.
Así que esperé al día siguiente mientras
me iba haciendo a la idea. Hay que
tener en cuenta que si las gestiones de
por sí ya son pesadísimas e inhumanas,
en mi caso es peor porque vivo en el
extrarradio, mis condiciones actuales no
me permiten conducir, y todas las
gestiones están centralizadas… en la zona
centro, dónde si no... A coger
autobuses, pues; a cogerlos, a esperarlos, a ir
de pie, a recibir empujones, y a todo el
espanto que acarrea el muy cívico
transporte público.
FUNCIONARIO 1
Ya es el día siguiente. Ya he bajado en
la parada más cercana a la gran
comisaría de la Policía Autónoma vasca
en la plaza Zabálburu. Bordeo la
plaza, semáforo tras semáforo, un
ejercicio que me saca de mis casillas porque
lo suyo sería pasar por el medio, pero
en fin, poco a poco voy aprendiendo
civismo, aunque a regañadientes, en mi
estado no me puedo permitir torear
coches. Abro la puerta de la comisaría
vasca y veo un elemento policial detrás
de una pecera. Le digo, —alzando un poco
demasiado la voz para que
atraviese los muchos cristales—, que
vengo a poner una denuncia. No se
sorprende, empezamos bien, pero me
pregunta que de qué. Le cuento la historia
del programa y de Internet, y me dice
que no, que eso entra dentro del
apartado consumo, y que el apartado
consumo lo lleva integro un ente
denominado KontsumoBide (bide significa
camino, y kontsumo significa lo que
parece que significa… sí, yo también
pensé que el nombre no era muy ocurrente).
El poli me da la dirección del tal
organismo: Alameda de Recalde 29, y me
desea suerte. Yo salgo echando virutas y
repitiendo mentalmente Alameda de
Recalde 29, Alameda de Recalde 29… lo
hago así porque tengo muy mala
memoria. Repitiendo sin parar me dirijo
hacia la alameda en cuestión, y me tiro
un buen rato antes de encontrar el
portal porque la zona urbana también en cuestión es
de esas en las que los números de los
portales desaparecen de repente, o se
saltan unos cuantos, o alguno pasa
enfrente a probar fortuna, así que cuando
llego a ver un 29 pequeñito encima de un
portal también pequeñito, me alegro.
Dentro hay dos juláis con un uniforme
extraño, entre barrendero y portero de
fútbol, que me dicen muy convencidos que
lo de consumo, allí no es. Vaya por
Dios ¿Y dónde? Allá, al otro lado de la
plaza Elíptica, en un edificio verde. Vaya
por Dios hoy me toca bordear plazas.
Reúno energías y me lanzo. Acabo
llegando, porque siempre acaba uno llegando,
aunque al salir parezca que no,
pero resulta que el edificio verde no
tiene nada que ver con consumo,
¡miércoles!, cuando pregunto, me aclaran
el misterio, no es allí, en el edificio
verde, sino enfrente, en el edificio de
cristales puntiagudos. ¿Seguro?
Segurísimo, pero ahora está cerrado,
solo abren por las mañanas tempranito.
¡Vaya! Cruzo la calle, por si acaso, y
me acerco al edificio de cristales
puntiagudos. No tiene puertas. Mal
empezamos. Me paro, busco en el móvil el
teléfono de Kontsumobide y me dice una
voz que abren solo por las mañanas
tempranito, y que si quiero un asesor,
pida cita, y patatín y patatán, y que si no
quiero un asesor no hay que pedir cita,
y lo repite todo otra vez hasta que me lo
aprendo, y cuelgo. Será verdad, deduzco,
habrá que volver mañana temprano,
esto está empezando a tocarme mucho los.
FUNCIONARIO 2
Día siguiente, ahora lo veo claro, a
este edificio de cristales puntiagudos le
corresponde el número 39; el funcionario
1 de la comisaría de Zabalburu se
confundió al darme la dirección. Qué le
vamos a hacer. A ver si veo alguna
puerta, camino bordeando los cristales
puntiagudos y allí donde no había nada,
se abre mágicamente una puerta. Entro
rapidito, no se vaya a arrepentir, y me
atienden unos señores con uniformes
varios que me dicen que para hablar con
un asesor había que pedir cita previa
por internet. Les respondo que ya lo sé
(es lo que repite el teléfono cada vez
que llamas) y que quiero poner una
denuncia; me responden contra toda
lógica que si he puesto ya la denuncia, les
digo que no, que la quiero poner, me
dicen que para hablar con un asesor hay
que pedir cita previa, les digo que ya
lo sé, y así seguimos un poco en plan
funcionario hasta que se enteran de que
quiero poner una denuncia “nueva”,
esa era la palabra clave, y me acercan a
la mesa de una señorita a dos pasos
de allí que estaba siguiendo nuestra
conversación porque no tenía más
remedio. Me siento delante de ella, me
pregunta qué quiero, digo lo de la
denuncia, me dice que muy bien y me da
un papel y un boli para que lo rellene
allí sentado en otra mesita para mí
solo. Vaya, eso me gusta, las cosas claras,
papel, boli y mesa. Dedico un rato a
rellenar el papel de la denuncia y se lo
devuelvo. Le gusta, pero me dice si ya
sé que eso no es una denuncia sino una
reclamación. Vaya. Resulta que una
denuncia es penal, y eso es lo que suelen
pedir los bancos, y una reclamación es administrativa,
y no vale, en mi caso,
para nada. Vaya mierda. O sea que de la
Policía Vasca me ha mandado a un
sitio a hacer algo que no vale para
nada. Y le pregunto a la jeba que a ver qué
hago ahora. Y me dice, ir a la poli,
claro, que son los que hacen las denuncias;
pero los polis me han mandado aquí, le
recuerdo, mientras pienso para mí
mismo en ir a la otra policía, la
nacional, que seguro que son más serios y saben
poner denuncias, pero no se lo digo a la
chica, no vaya a lastimar su orgullo de
funcionaria nacionalista
FUNCIONARIO 3
Así que me vuelvo a juntar energías y me
dirijo a la comisaria de la policía
nacional más cercana, en Uhagón. Allí,
al comunicar mis intereses, me hacen
sentar en una silla y me tienen
esperando, como castigado. Al cabo de un rato,
considerándome suficientemente
castigado, aparece un policía de bigote, muy
típico y muy amable, que se interesa
verdaderamente por lo que me pasa. Se lo
cuento y me dice sin ambages que voy mal
encaminado, que las denuncias son
exclusiva de la policía autónoma… o
integral, dice. Vaya, le digo yo, pues mal
vamos, porque esos me han mandado a
consumo porque dicen que ellos no
hacen esto del internet, que es consumo.
Y me dice el tipo policía español que
lo siente, pero lo hacen ellos, nosotros
no, o sea que tiene que ir usted a una
comisaria de la autónoma y exigir una
denuncia penal, que es lo que usted
necesita. ¿Usted cree que me harán caso?
Claro, es su trabajo, aunque una
denuncia de internet siempre es un poco
complicado.
Bueno, vaya, pues oye, que tengo que
volver a la comisaria de Zabalburu y
ponerme serio, y si me dicen que vaya a consumo,
decirles que nones, que
necesito denuncia, no reclamación y
yaaaa, así que concito más energías, que
no sé de dónde las saco porque estos
días con tanto autobús no estoy
haciendo las comidas muy regulares. Qué
lataaa. Y allá que me encamino medio
arrastrándome hacia Zabálburu.
FUNCIONARIO 4
Tras exponer brevemente mi caso a la
pecera de entrada ocupada por dos
individuos uniformados, y esperar un
ratillo en una silla heredera cultural de los
españolazos, viene a recogerme un
grandullón que me lleva a una habitación
sin vistas. Ustedes no pierdan de vista
a este menda, el funcionario número
cuatro, titular y último eslabón de esta
carrera mía de obstáculos tan poco
deportiva. Describámoslo cuanto antes,
antes de que mi mente lo expulse
debidamente como a un cáncer intruso.
Se trata de un energúmeno físico y
mental cuyo mayor interés enseguida se
centra en hacerme la vida imposible. En
cuanto capta mi vital interés en poner
una denuncia debido a un problema
informático, un brillo malsano en sus ojos
delata su decisión enfermiza de
ayudarme... pero al revés (no conozco verbo
que exprese la desayuda): no piensa
gestionar la denuncia de ninguna de las
maneras. Su psicología morbosa,
probablemente hija de la baja autoestima,
del resentimiento y de una mediocridad
rampante, me repite vez tras vez, con
la única intención de contentar a su
sadismo emocional, que no piensa tramitar
mi denuncia, porque no puede, porque no
quiere, porque es imposible, porque
jamás se hará, porque mejor olvido mis
pretensiones, y por mil arbitrariedades
más que no explica sino mediante símiles
y chuscadas abstrusas como las que
siguen. Una: si yo le vendo a usted dos
bolígrafos y usted escoge uno, y
mañana no funciona, ¿sería denunciable?
No, ¿verdad? Pues por eso. Otra: si
me viene uno que ha comprado un coche y
mañana no funciona, ¿qué hago
yo, llamo a un taller, pongo una
denuncia? Imposible. Otra más: ¿qué lee
usted aquí? (señalando a una etiqueta de
su uniforme), juez o policía? Pues
por eso, no puedo saber si usted dice la
verdad, no debo gestionar su
denuncia, me lo prohíbe la ley, pero
claro, a usted la ley le da igual. Otra de
regalo: usted necesitará la denuncia
porque se lo ha dicho el banco, pero yo no
trabajo para su banco, yo no trabajo
para el banco. Eso le pareció tan
ingenioso que lo repitió varias veces
mientras yo intentaba escapar de aquella
retahíla de despropósitos argumentando
la verdad contable simple y pura: oiga,
pero a mí me ha salido dinero por una
parte y no me ha entrado nada por la
otra, eso es una estafa, ¿no? Y él, dale
con que no. En algún momento me
pareció entender que un producto
informático no es denunciable porque no se
toca, tócate las narices. Otra vez le
entendí (y cuando digo entender hablando
de este ejemplar, entiéndase que tampoco
hay que tomarse el verbo muy en
serio, pero repito que creí entrever en
toda su “argumentación” la idea de que
la policía no puede tramitar una
denuncia si antes no la ha comprobado. Como
esto es tan falso como la moneda de la
canción, falso de toda falsedad, no se
podía argumentar contra el energúmeno
físico y mental este, sin llamarle tonto
de culo, así que me callé… o seguí
repitiendo que a mí me habían estafado,
aunque no se pudiera tocar el producto
de la estafa ni comprobar su mal
funcionamiento.
Pero él, ere que erre, seguía con su
plan de putear al cliente, su querencia
básica en la vida: no ayudar jamás, ni
por casualidad: como tengo un poco de
poder voy a usarlo para machacar a los
demás todo lo que pueda, pensaba sin
lugar a dudas, mientras seguía
repitiendo en voz alta, para mi desconsuelo,
que él no iba a poner ninguna denuncia,
porque no podía, porque no quería, o
porque si me vendía dos bolígrafos… y yo
elegía uno… y al día siguiente…
En fin, que me tuve que soportar durante
tres cuartos de hora a una de las
personas más desagradables que he
conocido en mi vida, un funcionario de
pesadilla: el producto destilado de
siglos de obediencia y falta de imaginación,
un ser cuya única diversión consistía
hacer notar su pequeño poder sobre
cualquiera en posición inferior.
Digámoslo en metáforas, por variar la melodía:
Un animal pseudohumano, con la
imaginación de una trucha, la compasión de
una hiena y la sinceridad de una pared
haciendo de espejo
A este remedo de persona, inocente de
mí, le planteé mi denuncia. ¿Y cómo
acabó todo? Atención, no lo adivinarían
ustedes nunca; sucedió que, en un
momento dado, por sus santos coj***
DECIDIÓ TRAMITAR LA DENUNCIA.
Imposible pero cierto, yo no daba
crédito; estaba a punto de salir por la puerta
dando saltos de alegría cuando me
explicó las condiciones de su
magnanimidad: si la denuncia no
prosperaba yo me comprometía volver a la
comisaría e invitarle a un café. Así fue
exactamente lo que me planteó, estarán
ustedes conmigo en que resulta demasiado
inverosímil como para habérmelo
inventado.
Tras aceptar su apuesta, qué remedio, me
largué de aquel antro sin vistas.
Más tarde, con calma, reflexioné acerca
de lo que acababa de pasar. El
energúmeno físico y mental más conocido
como “Funcionario Número Cuatro”
había hecho lo que llevaba casi una hora
negándose a hacer: la “Denuncia De
Las Narices”. ¿Por qué había cambiado de
opinión tan radicalmente? Pues
porque había encontrado la manera de
salvar la cara, de quedar bien ante sí
mismo: este viejillo se lleva lo que
quería contra mi voluntad, vale, pero volverá
arrastrándose para reconocer que yo
tenía razón. Anda con viento fresco, viejillo
cabrón. Ésta sospecho yo que sería su
lógica: como su experiencia le hacía
prever con fundamento que mi denuncia,
una vez en el banco, no tendría
solución prevista en el sentido de
devolución de dinero (algo que no entraba
en la ecuación al tramitar la denuncia,
sino como algo ajeno y posterior a ello),
el botarate mezcló proceso y resultado
para no quedar teóricamente por debajo
de su enemigo, un ciudadano necesitado
de ayuda: toma lo que quieres,
viejillo, pero no te va a servir para
nada, y además vas a volver aquí,
arrastrándote a invitarme a un café. Adiós
y con viento fresco, aquí te espero,
viejillo, que vaya bien tu gestión,
jajajá.
Antes de marcharme le di las gracias al
psicópata (a fin de cuentas llevaba en
mi mochila la denuncia deseada), le
pegunté por su nombre, me dijo que no me
lo decía, que bastaba con el número que
constaba en el papel de denuncia.
Muy bien, botarate, cuando venga a
invitarte al café que tú calculas, preguntaré
por el número equis y pico, a ver… Me
pareció otra chorrada típica suya, pero
qué sabré yo de seguridades policiales:
él en la sombra y yo a pleno sol con
nombre y apellidos… tampoco me pareció
muy paritario. Al llegar a casa, por
cierto, comprobé que en el papel de la
denuncia no constaba ningún número.
En fin, qué más dará, no pensaba
denunciarle (guiño). Antes que eso, justo al
salir de la comisaría, llamé al banco y
pedí cita inmediata. Se me concedió.
EL EMPLEADO DE NUEVO
Volví al banco, le entregué la denuncia
al gestor, sacó unas fotocopias, me hizo
firmar en un par de sitios, y tramitó
mediante unas pocas pulsaciones de
teclado mi reclamación a los seguros de
la tarjeta de crédito. ¿Qué pasará? ¿Me
devolverán el dinero o no?
No crean ustedes que, a estas alturas,
me importa mucho, mi cerebro está a
otras cosas más desagradables, pues
repite sin control expresiones estúpidas
como:
“Hez humana, basura de la sociedad, mierdilla,
ojalá se muera”
Me ha quedado mucha mierda en la cabeza,
sí, pero no sé cómo sacarla… a
no ser escribiendo toda la historia, y
eso ya está hecho. Ojalá no me vuelva a
acordar nunca más del botarate, sería un
triunfo del ser humano sobre… ¡Ya
vale!
Los policías no quieren que denuncies por dos razones.
ResponderEliminar1. El Consejero de Seguridad les ha dicho que no quiere que aumenten los delitos, porque el público se alarma. Lo más fácil para conseguir ese objetivo es no admitir denuncias. Si no hay denuncia no hay delito.
2. El Gobierno también quiere que baje la ratio de delitos sin resolver. Como el delito del que has sido víctima no se va a resolver, pues lo mismo. No admitimos la denuncia, que nos jode el "relato".
Y así seguimos, de mangui en mangui...