Los semáforos, en verde
La tengo yo
buena con la autoridad. El otro día, con el funcionario número 4
(léase más
abajo en este mismo blog), y hoy con un munipa. A ver si va a ser
culpa mía, que
tengo las neuronas anarquistas. No sé, pero esto necesita un
preámbulo.
Vamos a ello.
En mi estado
actual de despiste, mis cuidadores insisten en que si voy solo por
la calle, tengo
que estar muy atento a los detalles, siendo detalle importante el
esperar al
verde antes de cruzar la calle. Y es que no tengo costumbre, porque
cuando no
estaba enfermo era yo un tanto despreocupado y cruzaba las calles
sin tener en
cuenta nada, confiando en mi agilidad y en los reflejos de los
conductores… Pero
como para la propia seguridad es mejor no tener que
confiar en
nadie, y como mi agilidad se ha visto seriamente afectada por mi
enfermedad, ya
no puedo hacer tonterías andando por la ciudad. He de cruzar
la calle
siempre por pasos de cebra con semáforos… y esperando al verde.
Esto es
irrenunciable: mis cuidadores han trabajado lo suyo para dejarlo
grabado en mi
cerebro. Así que ahora estoy muy atento y me porto bien, por la
cuenta que me
tiene y por no hacer pasar malos ratos a aquellos que me
quieren y me
cuidan, solo faltaba. ¡Atento! ¡Ahora está verde! ¡Puedo pasar!
Pues paso.
Voy a repetir
toda esta argumentación otra vez, porque es muy importante y hay
que entenderla
bien para captar el meollo de lo que sigue. Intentaré contarlo
con otras
palabras, por no aburrir.
En mi actual
estado de despiste total propiciado por una enfermedad grave,
tengo algunas
normas de conducta que no debo olvidar si pretendo conservar
el pellejo.
El entorno que
me cuida, todo personas santas, me ha hecho jurar que jamás
jamás pasaré un
semáforo en rojo, y me ha seguido por la ciudad y me ha
hecho practicar
la teoría. Cruzar siempre por paso cebra… si no hay paso
cebra, no
cruzar… buscar con la vista el semáforo… si no lo hay, no cruzar y
esperar a que
los coches paren «motu proprio»
Mucha atención
siempre y… lo más importante, solo cruzar cuando está verde
para peatones.
Está bien que se me den tantas normas, porque yo antes era
de los que
cruzaban a salto de mata, haciendo, casi por principio moral, caso
omiso de las
normas. Pero ahora no puede ser así porque las condiciones son
otras, y si no
quiero que me atropellen, preocupando y ocupando así a la gente
que me cuida,
tengo que esperar siempre a que se ponga verde, aunque tarde
muchísimo. Para
estimularme en ese sentido he inventado un juego de puntos.
Me anoto un
punto cada vez que, estando yo esperando a que se ponga verde,
otra persona
pasa en rojo. Cuando llego a casa de vuelta de un periplo anoto
en un
cuadernito los puntos del día: hoy, tres puntos, una pareja con prisas en
Moyúa, y una
chica junto a la parada del autobús. Han sido pocos, pero poco a
poco… Cuando
llegue a cien, me entregaré yo mismo el premio: chocolate con
churros.
En estas
estando que les voy explicando, me encuentro ante un paso de cebra
desconocido, en
zona poco habitual para mí, pero normal, con su semáforo
para peatones
bien a la vista. Ahora está rojo. Esperar. Fijarse si alguien pasa,
para anotarse
puntos. Hay un follón de coches atascados a la izquierda y un
policía urbano
—vulgo «Munipa»— pitando en su chiflo como un descosido y
agitando los
brazos cual molino en día ventoso. Ni pasan los coches ni
pasamos los
peatones. Follón urbano. El guarda sigue chiflando. Cruzan dos
mendas en rojo.
Me anoto dos puntos. Al guarda no le importa la infracción
porque está muy
ocupando jugando al molinillo descontrolado frente los
coches… pienso
si se estará explicando en algún código que desconozco,
como de barcos
o aviones… todo es posible en la ciudad.
El semáforo se
pone verde, menos mal. El munipa se da la vuelta y se pone a
chiflarnos a
nosotros los peatones, no sé de qué va, la verdad, será para
darnos prisa.
Compruebo el semáforo. Sí, está verde. Estupendo. Empiezo a
pasar, aquí ya
no me anotaré más puntos pero por lo menos puedo seguir
andando. Se
monta un alboroto de cuidado. ¿Y ahora qué está pasando?
¿Son los
coches? ¿Es la gente? ¡No, es el agente! ¡Cuidado! El guardia
desaforado se
me ha puesto delante y me está gritando. Poco a poco me
entero: he
cometido un acto horrible pasando en verde (se me cortocircuita
algo al oír
esto) cuando él me lo estaba explícitamente prohibiendo, al parecer,
¡He desafiado a
su autoridad! ¡Vuelva usted inmediatamente atrás! Así lo hago,
por miedo a que
me castigue físicamente con su enorme porra blanca, y quedo
esperando
acontecimientos. El semáforo sigue verde pero nadie pasa, está
todo el mundo
amedrentado.
Hago señas al
urbano. Quiero explicarme, no me gusta que se quede con la
idea de que soy
un delincuente. Se acerca al cabo de un rato. Le explico mi
situación
médica y mi obligación de pasar en verde. Le da igual, repite que él
me estaba
diciendo lo contrario y que él es más importante que el semáforo, y
que lo suyo era
detenerme por desobediencia a la autoridad. Le doy las gracias
por no
detenerme, me humillo humildemente, pero no lo aplaco; me amonesta
otro poco más,
me amenaza, me amedrenta, lo doy a todo las gracias… y por
lo menos se va.
Vuelve a
enfrenarse a los coches como si quisiera comérselos con las manos,
Y ahí queda la
cosa, ya no se mete más conmigo. Acabo pasando en verde
con un poco de
sustillo, aunque lo hago cuando veo que lo hace mucha otra
gente. El
guarda no detiene a nadie porque todavía no ha acabado su concierto
de chiflo y
molinetes, le debe de faltar la coda.
Y eso es todo,
no hay más: mucha policía, poca diversión.
Mi conclusión
privada es la siguiente: además de funcionar, los funcionarios
deberían saber
tratar con la gente. Alguien debería señalar este defecto al
Ayuntamiento.
Si se corrigiera esto, este paisito referente mundial sería…
¡aún mejor! (si
cabe).
Yo de momento
he pasado un mal rato que no le deseo a nadie. Me he
quedado con los
nervios en tensión y las ideas negras. No hay derecho. Y todo
por nada, sin
comerlo ni beberlo. Se lo cuento a mis cuidadores por ver si he
hecho algo mal,
que a mí me gusta mejorar. Me dicen que tengo que estar
más atento… a
todo. ¡Vaya por Dios! Ahora se me complican las instrucciones en
los pasos
cebra: además de en los semáforos tendré que fijarme también en si
hay alguna
autoridad por allí llevándole la contraria al semáforo…
Qué mundo más
complicado. Pero habrá que aprender, no hay otra. Todo sea
porque mis
cuidadores no se lleven un disgusto. Bastante han tenido ya. Les
mando desde
aquí besitos, disculpas por mi falta de atención, y la promesa de
fijarme más y
mejor. Y a ustedes, amables mirones que esto están leyendo, les
emplazo hasta
la próxima, que espero que sea menos desagradable.
La tiene Vd. buena con los agentes de la autoridad, sin haber hecho nada malo.
ResponderEliminarDebe estar purgando los pecados de alguna vida anterior...